sábado, 13 de enero de 2018

Poder

No hay nada como ver a una persona en un lugar cómodo, eso sí, sin que constate que la oteamos. Podemos contemplarla, sin duda, como es, al igual que en las situaciones de tensión, de enfrentamiento, de hostilidad, en la que tampoco es capaz de esconder lo que lleva dentro.
Me quedo desde esta interpretación, no obstante, con la situación amable. La diviso en una foto antigua: un torero en un bar sorprendido mirando a su familia en un pequeño papel de la época. No sabemos la distancia de aquel contexto. No conocemos el lugar. Ni siquiera voy a mencionar el nombre del diestro, que sí adivino pese a los años.
Son muchos los matices que desentrañamos. El maestro contempla con dulzura a sus seres queridos. Esboza una sonrisa con respeto, con cariño, con incertidumbre, con un poco de dolor por el tiempo y el espacio que le separan de esas personas a las que, según sus ojos, echa de menos.
El ser humano es fuerte y débil casi de manera paralela. No siempre lo sospechamos, pero es de esta guisa. Me recuerda esta estampa a la de cualquier padre que tiene que ganarse el jornal lejos de casa, y que lleva encima, cual gladiador, las figuras de sus allegados, de quienes le dan las suficientes energías para seguir adelante incluso cuando todo se vuelve un poco curvo.
Miro las manos, la faz, los destellos de esa especie de aureola que envuelve la instantánea, que fue tomada hace muchos años, pero que parece de ayer mismo. El amor no sabe de eras, cuando es genuino, y éste lo es.
Me emociona pensar en lo que fue, en lo que es, en lo que vendría esa tarde, o al día siguiente, en la lucha que le aguardaba. Quiero pensar que todo fue bien. Lo fue. El amor es una suerte de hechizo, y con él me quedo, como cuando palpo a ese mismo hombre en la plaza de toros. Hablo de otra foto.
Le oteo, en esta coyuntura, caminando sin miedo porque va al encuentro de sí mismo. Aunque en esta diversa estampa parece solo, yo le percibo como en la anterior, con sus seres queridos rodeándole, protegiéndole, diciéndole que le esperan en casa, y que, por lo tanto, todo debe ir perfecto. Lo fue, porque él sabía, como yo, que creer es poder.

Juan TOMÁS FRUTOS. 

No hay comentarios: