domingo, 20 de septiembre de 2015

Mentiras

En la sociedad actual corremos demasiado de un lado para otro: nos movemos con unas prisas que son, sin duda, como dice el refrán, malas consejeras. Es una evidencia. Hay, además, una falta de coherencia, de cohesión, entre nuestros pensamientos y unos actos que brotan de destinos sugerentes, pero que no siempre indagan donde deben y como deberían hacerlo. Rechazamos posibilidades.

El conocimiento, quizá por las celeridades, puede que por el hartazgo, por las distancias, por la falta de medios, por las saturaciones, por los silencios, por hablar de más, por todo, por nada, nos ha llevado a una apariencia, en multitud de ocasiones, que fragmenta la realidad misma. Se produce así una distorsión que admite difíciles remedios.

Con certeza podemos decir que proliferan las medias verdades, que son las peores mentiras. Lo malo no es cuando esto sucede de manera espontánea, que no es lo deseable, por supuesto, sino cuando de manera intencionada decimos ideas o pretendidos hechos que carecen de destellos principales o accesorios y que nos dificultan el análisis y el discernimiento.

“Peor que hubiera ocurrido es que lo hubieras deseado”, sentencia el legendario Rob Roy.  Inquietantemente nos encontramos con gentes que anhelan, en función de sus intereses personales, una derrota o pérdida de los otros. Incluso los hay que fingen o que dictan resoluciones u opiniones a sabiendas que han leído las frases por la mitad, desde un sesgo que diáfanamente inutiliza esa persecución de la veracidad que pregonan expertos y filósofos en su apuesta por la felicidad.

Determinan algunos “apreciar” sin tener a nadie cerca, o indican, genéricamente, un cierto hastío para no reconocer su egoísmo o envidia. Otros se muestran cansados para no subrayar su pereza. Los hay que descuellan lo equivocado para no evocar sus diferencias y penalidades. Reseñemos, igualmente, aquellos que, para representar a muchos, desempeñan o enarbolan papeles distintos, poco comedidos, improvisados, para los que no están preparados: en su superficialidad aprendida interpretan engañosos caracteres que enturbian las miradas y las relaciones. Son capaces de hacer todo.

Los que albergan esta actitud son peligrosos. Lo sabemos, pero, a menudo, andamos con miedo al que harán o al que glosarán, constatando que estamos educando una sociedad demasiado permisiva con actitudes “sonrojantes”. Dejamos que el mercado, como decían los liberales, se regule por sí mismo, cuando experimentamos que es crucial la intervención de la ley y de la justicia para que no se propaguen actuaciones viles, ruinosas y cobardemente estériles. Hay quienes quieren ganar todas las carreras con una amplia ventaja, y hasta con trampas. En muchas oportunidades los detectamos, y nos engañamos con nuestras omisiones no rentables.

Entre decisiones

Todos tenemos “un vuelva usted, o tú, mañana”, o un “lo voy a intentar”, o puede que incluso “un estoy contigo”. Vemos que, llegado el momento, se calculan las fuerzas y, desde su quehacer ventajista, te dejan (¿abandonan?) donde nunca quisiste estar. La soledad es una mala compañera, pero no es tan pésima si sabemos sacarle el partido de la verdad y con un propósito de enmienda.

Cada ser humano pasa por coyunturas que le hacen tomar decisiones que podemos tildar de límites y no siempre ponderables en positivo. Eso se entiende, pero lo que no se comprende es que se perpetúen en el tiempo o incluso percibiendo a priori un beneficio respecto de los demás que podemos calificar de “aprovechamiento”.

Por otro lado, como la fortuna a veces sonríe, tengamos en cuenta que los premios, las situaciones de buen tino, nos han de servir para ganar tiempo con el afán de merecerlas completamente. Convendría admirar lo óptimo así en un universo que se complica desde lo más nimio en pos de protagonismos vencidos.

Ganar todo el oro, un cargo, una posición, un galardón, un deseo que otros ansían mudando y oscureciendo los objetivos primordiales, con un “todo vale”, con ese “fin que justifica los medios”, nos ha llevado, en muchos territorios, a una comunidad hostil que se pervierte y paraliza.

Aunque solo sea porque los “beneficios” no son tales, como observamos en el medio o largo plazo, cambiemos el perfil y seamos más honestos. No olvidemos tampoco que los silencios no son rentables y que cuando comportamientos minoritarios se imponen desde la carencia de pudor hay una responsabilidad en la mayoría que mira hacia otro lado.

La hipocresía y las mentiras, a veces vestidas de etiqueta madura y sensata, no son itinerarios de futuro. El punto de crisis en el que estamos, que, fundamentalmente, es de valores, nos debería conducir a corregir posiciones, como dicen los que viven de lo financiero, y hacernos un “hueco” donde aún existe la dicha. Después de todo, ¿para qué hemos venido hasta aquí?


Juan TOMÁS FRUTOS.

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