domingo, 27 de septiembre de 2015

La jovialidad

Hace tiempo que aprendí que lo malo no conduce a ninguna parte fructífera. No procura beneficios, nunca. No hay más que “tirar” un poco de la historia para ver mil ejemplos de lo que suponen las nefastas conductas y la pésima fe en nuestros comportamientos generales y específicos. Al filósofo Blaise Pascal le preocupaba, como a mí, que a veces, que muchas, triunfe lo negativo. Cuando sea así, cuando surge lo peor, que es en más oportunidades de las deseables, lo que conviene es ponernos un trecho cronológico más amplio que ubicará al malhechor donde se merece, donde la historia acaba subrayando a los de su calaña. Eso nos dará fuerzas para ayudar a la mudanza que elucubramos y podremos contribuir con más destreza al cambio.

Hay emociones de todo tipo: algunas de las menos “sustentables” se prodigan en su margen peyorativo. Entre ellas hay una, sin lugar a dudas, más desesperante y diáfana en el rechazo, que es la impronta de esos eventos que descuellan en torno a los “hipócritas”, que los hay por doquier: rompen por acción y omisión, y protagonizan vidas paralelas a la oscuridad que caracteriza sus ideales y comportamientos escondidos.

Dicen querer y odian, dicen alegrarse y viciosamente envidian, prefieren no tener con tal de que otros no disfruten, y por eso se agazapan en historias mediocres y, cuando parecen en zonas o áreas más altas, están llenas de desasosiego por conservar lo que, en ocasiones, consiguen con dolor propio y ajeno. Experimentan  etapas y circunstancias que no son las suyas, aunque deben decir que lo son para representar papeles estériles que solo producen desdicha. Son seres ficticios, que, reiteradamente, detectamos pero que dejamos que avancen para evitarnos problemas. Erramos con esa postura.

Es, éste, todo el tiempo que quería dedicarles (a esos insanos), porque, en contraposición, hay amigos fundamentales que nos quieren a rabiar, que nos defienden a capa y espada, y que nos proponen explicaciones y dedicatorias que nos conducen por ratios y sendas maravillosas. De ellos aprendemos mucho. Fundamentalmente, nos enganchamos a sus excelentes personalidades, que tanto nos han brindado.

Ser hospitalarios, advertir y compartir la solidaridad, soñar y hacer realidad las sonrisas de los más pequeños, y de nuestros mayores, de la sociedad toda, es la primera-segunda obligación que hemos de ejercer, como recordaba Mario Moreno, a la par con los otros y, por supuesto, con nosotros mismos.

Libertad y amor

El cariño, como los buenos anhelos, como los gestos y los hábitos estructurales de mejora y de cooperación en libertad e igualdad, es el cimiento que nos construye en lo personal y en lo colectivo, haciendo patentes que las capacidades son inmensas, casi infinitas, para expandirnos por el firmamento de las ilusiones, tan básicas.

Hay estampas para todos los gustos: los placeres que hemos de fomentar son, precisamente, los que atañen a la verdad desde la intención loable y leal para los ecosistemas en los que nos inmiscuimos. Abonemos donde precisamos. Hemos de ser valientes para optar por los más acordes a nuestras perspectivas. Dejar hacer no es una buena política. Nunca lo es.

Hemos de acompañar los brillantes y provechosos fines con el decoro de la educación, de los actos de compañerismo y desde el entusiasmo por el mañana, en el que todos hemos de contar.  Nos debemos permitir volar para ver, para saborear con la óptica conveniente, para saber en qué consiste amar y ser amados sin medias tintas, sin dobladas atenciones, persiguiendo y tomando la jovialidad que eleva y distingue. No debemos pasar sin ella.


Juan TOMÁS FRUTOS.

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