jueves, 10 de septiembre de 2015

Jorge Manrique, un adelantado en la poesía castellana

Pocas obras me impactaron más en mi niñez y pre-adolescencia como las Coplas por la muerte de su padre.  El verbo, la palabra, la frase y el sentimiento, con ese hermetismo y distancia de un castellano antiguo, haciéndose, me impactaron mucho. El asunto de fondo y sus “hilos”, así como la forma, que se sustentan en la marcha del progenitor de quien escribió tan bella composición, también provocaron en mí mucha admiración y entrega.

Hablamos del texto por excelencia de Jorge Manrique, que dedica enteramente a su padre, Rodrigo Manrique. La métrica, el volumen expresado, las raíces ancestrales, las inspiraciones bíblicas, religiosas, el propio tratamiento en sí, la escritura en copla, han llamado poderosamente la atención de expertos y  devotos de la literatura, desde Lope de Vega al admirado Azorín. Muchos son los autores que se han prodigado a la hora de señalar que es una referencia del castellano, del español, e incluso, por ello, ha sido utilizado, y se usa, como escrito de culto y de interpretación.

Hay muchas dudas sobre la vida y milagros de Jorge Manrique. Desde su propio nacimiento, situado entre Palencia y Jaén, hasta la cantidad de escritos que nos pudo legar. Pese a las dificultades del tiempo y a las condiciones históricas, nos han sido trasladadas hasta nuestros días unas 40 composiciones. No es un número alto, pero, por su trascendencia, son símbolos, hitos, lingüísticos de la lengua de Cervantes.

Sus temas, que tienen que ver con lo militar, con las guerras, con los afectos, con las tradiciones, con las personas queridas (reseñemos la especial dedicatoria de una de sus composiciones a su hijo), así como un lenguaje sencillo, sitúan a nuestro autor en un puesto clave a las puertas del Renacimiento, al que se anticipa con mucha fortuna.

Fue, ante todo, un hombre de armas, con muchos privilegios, con concesiones, con reconocimientos militares, con posesiones y lujos, pero, pese a ello, le gustó el oficio de escribidor, y hoy en día podemos disfrutar de un alma cargada de hondura, así como de una pluma sublime y excelente.

La base de sus escritos

La esparza, variedades de coplas y las canciones propias de los trovadores de entonces salpican sus creaciones, que descuellan con luz propia. Podemos enunciar, especialmente, las que destinó al matrimonio y a la figura de su mujer, a la que amó y admiró con locura, como prueban sus versos eternos. La muerte y el combate fueron dos grandes preocupaciones para alguien que vivió esos procesos con la vehemencia y la virulencia de una violenta época de tránsito. Realmente, la base de cuanto redactó fue asequible y sencilla.

Lo cierto es que, en la Edad Media, encontramos escritores de gran altura, pese a lo agreste de la etapa, como es el caso del espiritual Gonzalo de Berceo, del Rey Alfonso X El Sabio, del noble Don Juan Manuel (sobrino del anterior), del intelectual Ramón Llull (todo un emblema para la lengua catalana), del excepcional Marqués de Santillana (con un lenguaje mucho más laborioso y culto) y del mencionado Jorge Manrique, que cultiva, además de la Copla, los famosos y ensalzados Decires (de una gran intensidad). La lectura de éstos ha de ser una máxima, una premisa. Todo lo que viene después se entiende por ellos, entre otros.

Animamos, por ende, a su lectura, al recuerdo de su figura, y, fundamentalmente, a saborear un personaje humanista, como era propio del estadio que le tocó experimentar. Seguro que se apartarán de algunos tópicos y darán con un aprendizaje tan llamativo como nostálgico. Comprobarán que fue un adelantado de las letras castellanas.


Juan TOMÁS FRUTOS. 

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