lunes, 12 de agosto de 2013

Enamorar, enamorarse, enamorado

No sé si hay un secreto para la felicidad. Quizá no. De haberlo debe ser un misterio conocido por todos, esto es, se ha de tratar de un mensaje de los que uno espera, pero que hemos escuchado desde siempre y que, por desfortuna, no hemos sabido desmenuzar, interiorizar y poner en práctica (puede que por repetido).

Sea como fuere, si algo nos hace alegres es el amor, concebido éste en una extensión singular, infinita, polivalente, cargada de fe y de esperanza en el presente y en el futuro. El cariño real se ha de concebir en todos los sentidos: a los progenitores, a los ancestros, a los de la familia, a los de fuera de ella, a los vecinos, a los conocidos, a los hijos, a la pareja, a lo que nos gusta, a lo que nos hace aprender a base de equívocos, a lo que conocemos y a lo que no, a lo que comprendemos y a lo más ignoto, a todo lo que existe y a lo que está por concebirse… Desde esta expansiva apreciación, el amor lo es todo: es la dicha misma.

Por eso, porque creo que es así, uno ha de vivir permanente enamorado. ¿De qué? De lo más sencillo de nuestro entorno, de lo que tenemos, del hecho de estar saludables y en compañía de alguien...  Siempre hay algo a lo que agarrarnos, de lo que sentirnos orgullosos, y, si no pletóricos, sí gozosos por el milagro cotidiano de estar, sobre todo si nos hallamos estupendos.

También hemos de procurar enamorar todos los días a quienes andan cerca. Con el ejemplo de cada jornada podemos conseguir gustar, deleitar, entretener, hacer que otros se complazcan por el hecho de conocernos y de tratarnos. Al mismo tiempo hemos de intentar buscar en el factor sorpresa la ocasión de enamorarnos. Podemos hacerlo constantemente, y no únicamente de personas nuevas que en diferentes territorios podamos conocer, sino igualmente de elementos, de circunstancias, de hechos, de posibilidades que afrontemos. Hemos de alegrarnos con lo que albergamos y/o con lo que nos subraya el destino.

Lo bueno que tiene el amor es que no es finito. Al contrario: consigue que seamos más libres, más humanos, más personas, cuando lo multiplicamos, cuando lo abonamos, en cuyo caso nos devuelve con creces lo que le hemos brindado. El cariño es, en todo momento, sinónimo de bienestar, de sensaciones cuantitativa y cualitativamente generosas y bondadosas que nos envuelven en paños de temperaturas agradables.  Le hemos de saber sacar provecho.

Cíclica evolución

Por lo tanto, concebimos, debemos, el anhelo vital en una permanente y cíclica evolución, en la que hemos de enamorar y enamorarnos, y, como consecuencia de ello, sentirnos enamorados, y así sucesivamente. Sin duda, en esos círculos concéntricos podemos intercalar e introducir a más y más personas, que nos irán retornando lo poco o lo mucho dado, si nos mueve una buena intención.

La presencia humana pide coherencia, esfuerzo, sencillez, humildad, virtud, compañerismo, voluntad, gracia, trabajo, descanso, comunicación, silencio, intentar lo que merece la pena, y luego ganar y perder… La existencia nos solicita que la agotemos para volver a empezar cada día con la ilusión y la sorpresa que nos otorgan ansias por seguir, a pesar de que no siempre logremos los objetivos, que los hemos de sostener contra viento y marea. Para que ello sea de esta guisa debemos afrontar nuestros retos con ingentes dosis de amor. Con él todo podremos. Sin él no haremos nada de valor. Nada.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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