martes, 26 de junio de 2012

La fé que mueve montañas


Imaginemos cada día con un ápice de buena voluntad, con un amor entrañable y posible. Veamos las medidas con objetivos loables, sin que nos quedemos en la nada. Subamos por esos lugares en los que aprendemos a vivir en la mayor de las tranquilidades.

Demos todo el brillo que podamos a las características de unas emotivas señales que nos han de portar hasta el umbral de una batalla más que estimulante. Hemos estado en el sitio más adecuado para aprender a compartir, lo cual será la base para cuanto hemos de procurar en el futuro y en el presente.

Actuemos ante las virtudes que nos nutren cada día. Nos hemos de plantear un regreso a ese "voluntarismo" que es desde aficiones varias. Nos debemos acostumbrar a esa rutina que es vivir, pero intentemos, cuando menos, no tener ansiedades, que éstas no producen resultados. Acudamos a esos momentos de gran expectación para dar con los mejores tonos.

Hagamos que lo necesario no falte. Hemos de proponernos que los que se hallan al final tengan lo mínimo para vivir con dignidad. Todos debemos tener esa inmensa tarea, que es servir a los que menos han conseguido. No miremos intereses egoístas, que  todos los tenemos, y todos los perdemos también. Pensemos en el presente con porvenir.

Agudicemos los ingenios, y hagamos que no se pierdan los tesoros de una vida que podemos hacer eterna con paciencia y sencillez. Llamemos por su nombre a cuanto nos enciende la llama de la esperanza, y protejamos esa fe que todos los días, aunque sea poco, mueve montañas.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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